
Con seguridad, podríamos decir que la Europa del Estado del Bienestar ha perdido una batalla contra la especulación financiera internacional. ¡Qué paradoja!, los mismos que metieron a la economía mundial en un periodo de crisis por su codicia desbordada, por la falta absoluta de escrúpulos a la hora de anteponer la consecución de beneficios a cualquier principio ético, se convierten ahora en jueces de la fortaleza del euro, de la solidez de los estados de la Unión para hacer frente a sus deudas; y con sus juicios (cuantas veces desacertados, o miopes, o directamente interesados) generan un clima de incertidumbre, de miedo, capaz de obligar a potencias económicas como Alemania, como Gran Bretaña, como Italia, como España..., a tomar medidas duras, de recorte de logros alcanzados, como única forma de consolidar la estructura fundamental de nuestras sociedades.
Todo esto obliga a la izquierda (creo que también a la derecha civilizada europea) a una profunda reflexión previa a la adopción de medidas estructurales, que recuperen para la acción política el control de los elementos básicos de la economía. Agentes como el FMI, no digamos las famosas agencias de evaluación (que quitan y ponen calificación a la deuda de los países con criterios no explícitos), no pueden ser únicamente quienes determinen el futuro de millones de personas con decisiones amparadas en la defensa de un modelo (y, por tanto, de unos intereses concretos) que se inscribe en posiciones -que podríamos denominar de libérrimo mercado-, aparentemente superadas por cuanto están en el núcleo esencial de la génesis de la propia crisis. En cierta forma, los verdugos han devenido en jueces.
La respuesta, además, habrá de ser rápida y contundente. La globalización económica, por delante de la cohesión política, pone contra las cuerdas el potencial europeo. Reaccionemos. Hemos dado un paso atrás, pero debíeramos haber aprendido la lección. Entretanto, el sacrificio que se ha pedido a ciudadanas y ciudadanos, desde ópticas políticas de responsabilidad, no puede caer en saco roto. Nos sacrificamos, sí, al tiempo que, aprendida la lección, modificamos reglas para devolver a la sociedad el control de los mandos del proyecto colectivo. Nos va un futuro de bienestar para nosotros y para las generaciones futuras, en ello.