La coyuntura económica y financiera es ciertamente difícil. Ha llegado incluso a producir la sustitución de gobiernos europeos elegidos en las urnas por equipos tecnócratas que no tienen el respaldo de la ciudadanía. Algo impensable hasta hace bien poco y que nos alerta sobre la profundidad de los problemas a que se enfrenta Europa. En España, las elecciones han dado como resultado un importante castigo al gobierno que ha tenido que afrontar la pésima coyuntura. Más allá de aciertos o errores en la gestión, la pérdida de confianza en los dirigentes a los que ha correspondido intentar salir de ella, común a todos los países de la Unión, y la búsqueda subsiguiente de una alternativa, deja un paisaje de enorme responsabilidad para el Partido Popular.
Hasta ahora, allá donde ha conseguido el poder el PP, la respuesta ha sido la misma. Una primera reacción de "sorpresa" por lo mal que estaban las cosas; al hilo de ello, una política de recortes disfrazada de "contención del gasto" o de "ajustes", que sigue al dedillo los dictados de quienes han provocado la quiebra financiera y ahora continúan ganando dinero, esta vez especulando con las deudas nacionales, a las que se castiga además con altísimas tasas de interés basadas en las llamadas "primas de riesgo" que, por cierto, son determinadas por agencias afines a la especulación. Todo ello, adobado con el control férreo de los medios de comunicación, el ataque sistemático hacia las organizaciones (en especial las sindicales) que pudieran ser herramienta de defensa de derechos de la ciudadanía, y el propiciar un cierto clima de miedo que conduzca a la aceptación sin más de la pérdida de conquistas en todos los sectores: el laboral, el educativo, el sanitario, el social, el democrático...
Ese patrón común, repetido en ayuntamientos y comunidades autónomas, anuncia ya lo que será en ámbito estatal. De hecho, sus propios dirigentes, cuando hacen referencia a medidas que desencadenarán malestar y protestas ciudadanas, o se escudan en argumentos relacionados con la presión alemana, están adelantando, "para que no nos coja de sorpresa", cuáles van a ser los ejes de la "nueva" política.
Lo cierto, sin embargo, es que las medidas restrictivas que llevan ya tiempo poniéndose en marcha, no han conseguido reactivar la economía y, en nuestro caso, tampoco parar la sangría que representa un desempleo que afecta a un número inaceptable, inasumible, de personas.
Antes al contrario, retraer la acción de lo público está suponiendo un efecto perverso de más parálisis, contracción incluso, y el ahondamiento de los problemas referidos.
Más allá de que la solución no pueda sino construirse desde lo europeo en su conjunto, cada administración, en el territorio de su competencia, debe buscar un equilibrio que, sin dejar de exigir criterios de seriedad en el gasto y la inversión, sea capaz de producir estímulos al crecimiento y el retorno a la senda de creación de empleo, como elementos esenciales.
Muchos equipos municipales pueden verse sobrepasados por la dimensión de las dificultades, incluso desorientados sobre qué medidas concretas adoptar. Solo ese elemento justificaría de por sí, más allá de lo que la lógica general impone, una nueva cultura política de mayor lealtad, de mayor seriedad, de mayor nivel de colaboración; una nueva cultura política que, amén de defender pilares esenciales de la ética democrática, ha de fomentar cauces de participación y de control ciudadano más eficaces. Necesitamos altitud de miras, dejar de pensar (como organizaciones y como personas) en los resultados propios y embarcarnos en un programa compartido que respete los logros de bienestar (por tanto de igualdad solidaria) alcanzados como piedra angular de nuestra sociedad. La solución clásica consistente en ahondar las diferencias, aún a costa de expulsar hacia el frío de afuera a millones de personas, no es aceptable. Dicho esto, quede claro que no renunciaremos, de ser necesario, a la pelea. No en balde, las conquistas siempre se lograron a partir de la lucha y el sacrificio.