
Ahora bien, a ese recorte en el gasto, a esa racionalización, hay que ponerle fronteras. Una de ellas es la que afecta a la plantilla. En muchos Ayuntamientos (no digamos en Aljaraque, con más de 500 personas), el número de efectivos ha crecido de manera excesiva. Otros supieron dimensionar la misma a la principal variable constrictora, cual es la del equilibrio entre el ingreso estable, consolidado, estructural, y los capítulos I (de personal) y II (de gasto corriente), los imprescindibles para funcionar como institución. En aquellos, la tentación de lo que podríamos equiparar a un ERE o un ERTE ha suscitado algún amago en ese sentido. No prosperaron. Y aunque es cierto que ese capítulo de gasto, el referido a personal, está ahogando económicamente a muchos consistorios, la coyuntura, con un nivel de desempleo muy alto y pocas expectativas para quienes buscan trabajo, no es la adecuada para llevar a cabo un adelgazamiento de la plantilla municipal. Digamos que, en cierta forma, independientemente de quién o quienes puedan tener la responsabilidad del diseño erróneo (por inflado) de la RPT, ahora toca aguantar, mantener, si es posible sin renunciar a mejorar la productividad.
Hay otros límites. Algunos tan claros como los que afectan a suministros básicos (energía eléctrica para alumbrado público, por ejemplo), otros, no, por discutibles, menos importantes. Pensemos en aquellos que no son imprescindibles (actividades lúdicas, en menor medida las culturales), pero que están tan instalados como demanda social que son difícilmente evitables (podrán ser objeto de austeridad, pero nada más).
Con este panorama, el desequilibrio en la balanza ingresos - gastos está garantizado en la inmensa mayoría de los casos. Su nivel dependerá, en cada caso, de los precedentes (cómo se haya gestionado el periodo de bonanza, del peso relativo del urbanismo en cada ayuntamiento...), y de la capacidad de los equipos de gobierno de combinar políticas de austeridad con mantenimiento del catálogo y calidad de las prestaciones.
Instalados en el convencimiento de ese déficit -mantenido en el tiempo que tardemos en recuperar el pulso económico normalizado-, afrontaremos como única solución paliativa (y coyuntural) la del endeudamiento. También aquí la situación de partida dará más o menos posibilidades. En cualquier caso debe ser asumida no desde la inacción del tronco en la corriente, sino con una planificación de la ruta; planificación que debe contener, ineludiblemente, las bases de la solución estructural a lo que podríamos denominar escenario posturbanismo feroz. Y aunque pudiera parecer lo contrario, hay bastante margen, desde lo local, para actuar en ese sentido.
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