Un Ayuntamiento tiene estrecho margen a la hora de buscar financiación añadida. Cerradas como están las posibilidades de endeudamiento a largo plazo (una formula normal que usamos en ámbito personal cuando pedimos una hipoteca), con dependencia de las transferencias del Estado y de la Comunidad Autónoma, cuya cuantía no establece, la hacienda local se convierte en un instrumento que ha de ser manejado con prudencia. No es posible que las deficiencias del modelo de financiación genérico intenten ser resueltas con la presión de los impuestos y tasas locales. No haría sino enviar lluvia sobre suelo mojado.
En conclusión, la búsqueda y plasmación de un modelo de desarrollo económico sostenible adaptado a las potencialidades locales es la piedra angular sobre la que construir el desarrollo de cualquier municipio. En ese proceso no solo han de intervenir los responsables políticos -encargados de poner las bases, impulsar y dinamizar-, sino el conjunto de la ciudadanía, con especial responsabilidad del tejido empresarial.
Junto a ello, un modelo de financiación justo y adecuado al papel que cada administración asume dibujaría un panorama de estabilidad presupuestaria municipal capaz de afrontar los retos que en este momento se nos presentan y prepararnos para un escenario de recuperación que, tarde o temprano, se dará.
Es evidente que la política fiscal y de precios públicos ha de ser coherente. Para ello, varios principios son incuestionables. A saber, la proporcionalidad, el ajuste a los costes reales, la solidaridad y el equilibrio con el desarrollo económico. Hay, pues, camino.