martes, 23 de octubre de 2012

LA NECESARIA REACCIÓN SOCIAL


Son muchas las conquistas sociales que la clase trabajadora ha logrado en el periodo democrático en este país. Los cambios en educación, en sanidad, en materia social, en cultura, en calidad de vida han sido claros. La necesaria memoria, aplicada a la evolución vivida, nos hace comparar imágenes en blanco y negro de un pasado cercano, apenas a un recodo de la esquina histórica, con un presente inmediato, que lamentablemente estamos dejando atrás, en el que la sociedad ha gozado de unos niveles hasta entonces desconocidos.

Educación para todos y todas, ampliada en su etapa obligatoria, que hoy abarca, en la práctica, desde los tres años hasta los dieciséis; Sanidad Universal que, en su cartera de servicios desde lo público, ha alcanzado cotas desconocidas en la mayoría de los países del planeta; protección social, incluida la Ley de Dependencia, que nos colocaba en vanguardia en cuanto a prestaciones...

Ahora, bajo la cantinela de que "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades", buena parte de esos logros, obtenidos con el esfuerzo colectivo, se están desmantelando. Los recortes en educación, sanidad y dependencia, la reforma laboral, el incremento de la presión impositiva, el galopante desempleo y, con él, la extensión de la situación de pobreza a muchas familias, nos están haciendo retroceder. Estamos perdiendo derechos conquistados. La presión mediática, los mensajes dirigidos desde las élites económicas, instalan la inseguridad y el miedo en el conjunto de la sociedad. Amplios sectores de la misma aparecen hoy entregados. He utilizado muchas veces el símil del enfermo que acude al médico y al ser diagnosticado de un proceso que requiere amputación, acepta, por salvar la vida el corte de una mano. Dado que el deterioro continúa, por el riesgo vital, vuelve a aceptar otra pérdida, y otra, las que sean necesarias con tal de ser curado. Pero ¿y si el diagnóstico primero estaba equivocado? Resultará que todas las pérdidas habrán sido en vano. Lo sensato es cambiar el tratamiento.

Ese miedo inyectado no nos puede paralizar. No podemos tolerar, por responsabilidad hacia la historia, por nuestros propios intereses, por el futuro de la gente joven, que se nos arrebate todo lo conseguido partiendo de una afirmación falsa. ¿Cómo que por encima de nuestras posibilidades? ¿Cuáles son los verdaderos motivos por los que se desmantela el estado democrático y del bienestar? ¿Es que acaso no queda claro que bancos, grandes empresas, la gente pudiente en general, acumulan riquezas en tanto la inmensa mayoría ve como se pierde su nivel de vida, aumentándose de  forma exponencial el número de personas que está en situación de riesgo? Hace falta una reacción social. Porque lo que ocurre no es inevitable. Basta que la gente quiera, que se movilice, que exija...

Permanecer en la quietud -unos porque creen que no les tocará a ellos, otros hundidos por el peso de una coyuntura que parece insalvable, todos, al final, paralizados por un "esto puede ir a peor"-, no arregla nada. Antes al contrario, facilita, a quienes intencionadamente nos están devolviendo al pasado, la tarea. Este mundo occidental nuestro tiene capacidad de producción de bienes y servicios suficiente para mantener, en base al progreso científico y tecnológico, un estado democrático y del bienestar que se ha demostrado como el más justo alcanzado en la historia. El reto pendiente es hacerlo extensivo a otras zonas de la tierra. Superar la inmensa brecha de las desigualdades. Para ello, el empobrecimiento de la mayoría, la concentración paralela de la riqueza, no es el camino. Y es el que se está trazando.



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