miércoles, 21 de noviembre de 2012

LA POLÍTICA VINDICADA IV

Establecida la necesidad de una remuneración digna, acorde con las responsabilidades y la cualificación exigible, y, al tiempo, de una transparencia diáfana que incluye el concepto de programa electoral como contrato, es tiempo de pasar a la alternativa.

LAS BATALLAS PERDIDAS DE LA SOCIALDEMOCRACIA

No creo que haya muchas dudas sobre la actitud a la defensiva que hoy mantienen la mayoría de partidos políticos de raíz socialdemócrata en Europa. Recientemente, en la presentación del libro de Ludolfo Paramio, "La socialdemocracia maniatada". hacía referencia a ello Felipe González. En un escenario de triunfo electoral de la derecha neoliberal, con Angela Merkel como referente principal, las políticas de retroceso en materia social, en igualdad, en democracia, son evidentes. La globalización financiera, la mejora de las comunicaciones, las ventajas para el capital de la deslocalización, han producido un debilitamiento de las clases menos pudientes a la hora de, no ya progresar, sino mantener el nivel de bienestar, en base a derechos conquistados, que hasta ahora disfrutaba. Cierto que se ha conseguido en el mundo occidental, que solo recientemente se empieza a extender a otras zonas del planeta, y que se ha construido sobre la desigualdad a escala mundial, pero también cierto que constituía todo un referente como meta a alcanzar por otros países y zonas de la tierra. 

El proceso, rápido en términos históricos, ha sido paulatino. Tal vez el vector fundamental, más allá de los puramente económicos siquiera esbozados, haya sido el de la pérdida de valores colectivos. En efecto, actuando desde diversos frentes (el educativo, el cultural -no desdeñemos la influencia, por ejemplo, del cine-), y merced a un control de los medios de comunicación, se ha inyectado en la sociedad un nuevo paradigma que gira en torno al individualismo. El triunfo personal, reflejado en el nivel de vida vinculado al poder adquisitivo, es hoy el objetivo. La ruptura de la colectividad deja en la cuneta a millones de personas que, individualmente, no tienen ninguna posibilidad de imponer modelos que defiendan sus intereses. Esa espiral de mayor control por parte de quienes acumulan riquezas y, por ello, pueden determinar el pensamiento social, ha infestado las raíces mismas de la convivencia. Los pequeños privilegios, hábilmente repartidos, actúan de acicate para la conformación de una amplia capa cómplice que propicia nuevas desigualdades, aún a costa de su propio progreso en un horizonte distinto. Esta es la primera batalla perdida por la socialdemocracia.

Vinculada a esta derrota, se produce la segunda. La incapacidad para transmitir a la mayoría social que constituyen los trabajadores y las trabajadoras (en un concepto más amplio que el de simple asalariado o asalariada) el valor de la retribución colectiva. En efecto, el logro de aquel mayor nivel de bienestar que aludíamos supone que el trabajo, más allá, de la retribución económica que conlleva, produce bienes colectivos (de naturaleza solidaria y, por tanto igualitaria) que constituyen también un beneficio asociado a él. La pregunta clave es ¿a qué doy más valor? ¿a mi capacidad personal, o como núcleo familiar, de adquisición de bienes de consumo, o a la cartera de servicios colectivos a que tengo acceso? La segunda victoria del neoliberalismo ha consistido en hacer creer que, en primer lugar, los servicios públicos no son retribución, para, a continuación, mostrarlos como ineficientes cuando no injustos (¿qué es eso de que una persona extranjera tenga las mismas prestaciones que yo?), y pasar a la idea buscada. Si yo prospero, si aumento mi capacidad adquisitiva, podré tener acceso a servicios privados que atienden mis intereses, al tiempo que, por ser elitistas, devienen, en apariencia, en más baratos y, al tiempo, paradójicamente, de mayor calidad. Esa falacia ha calado en amplias capas sociales, en especial aquellas que denominamos clases medias. La balanza del equilibrio básico entre capacidad de consumo y servicios colectivos, se ha decantado hacia el primer factor.


La tercera derrota, en el terreno de juego de los sistemas democráticos occidentales, deviene de la incapacidad de utilizar el poder político para condicionar las reglas del juego en el ámbito de la economía y, dentro de ella, del juego financiero. No se ha sido capaz de torcer la mano que controla esa entelequia llamada "mercados" y que no deja de ser un profuso entramado en el que economía real (economía de la producción y la transacción) y economía financiera (el rédito real que produce un trasiego ficticio) se dan la mano en el fondo, aunque en el lienzo que se nos presenta aparezcan como realidades divergentes, incluso contradictorias. Hemos perdido, pues, el control, la capacidad de condicionar mediante normas socialmente construidas y socialmente defendidas. 

Lo importante, pese a todo, es que estamos ante batallas perdidas. Suponen retrocesos, es evidente, pero ni son definitivas, ni constituyen una entrega total. Hay tarea. Del análisis de los errores ha de salir una nueva concepción, que está, creo, suficientemente dibujada y, lo que es más importante, la estrategia para convertirla en realidad dominante. Vamos a ello...


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo lo plubicado es cierto y correcto la teoria y en el papel es perfecto no creo que nadie se atreva a discutirselo ( no seria humano ) Pero se presenta el problema de que tenemos el peor sistema y los peores politicos de la historia. Empezemos por recortar ahi tantos sueldos superfluos,corruptos, endogamicos sin valores y sin preocupaciones (ejemplo de D.Toscano como es posible que empeore la situacion del pueblo y no dimita la gallina de los huevos de oro giasha se le terminaria) y asi la lista seria interminable en la que tambien le incluyo a usted EL PODER Y EL MAS Y MAS es lo que verdaderamente a empobrecido a la sociedad

José Martín dijo...

Vd. dice que me incluye a mí. Y a tanta otra gente como yo, supongo. Pero mire, hay una diferencia. El ejercicio del trabajo político ha de ser remunerado (creo que en eso no debe haber discusión). Y debe serlo de manera digna (sin exageración, pero sin exigir sacrificios más allá de lo razonable).
Ya que pone mi caso como ejemplo, le diré que si volviera a mi puesto de funcionario docente, no solamente no perdería dinero, sino que posiblemente pudiera tener una remuneración más alta que la actual.
Lo que se debe exigir es transparencia y no engaño. Lo que no se puede hacer es presumir de ser mileurista y cobrar cerca de 5000 euros todos los meses. Eso no es éticamente aceptable. Pero el debate debe producirse desde la razón, no desde la demagogia.